- ¿Y cuál es el de verdad?
La muchacha dirigió una mirada fría y seca al Maestro. Doriath estaba subido en lo alto de una rama, con una pierna colgando y la otra flexionada, las enormes botas de hebillas balanceándose. Desde allí la observaba mientras ella practicaba el ejercicio que le había ordenado, consistente en trepar en el árbol retorcido de enfrente, con las manos y las piernas atadas. Doriath había exhibido una sonrisa lasciva al apretar los nudos de las cuerdas en sus muñecas y tobillos, y había hecho algún comentario estúpido. La joven se había limitado a mirarle con su expresión habitual, hasta que él declaró que le encantaba que fuera tan receptiva, porque eso lo hacía todo muy interesante.
Abigail se había anotado esa broma de mal gusto en su cuenta personal con el Extraño e Insoportable Presunto Doriath Dirnen.
- ¿Cuál es el qué? - preguntó a desgana, retorciéndose como una sierpe para engancharse a la siguiente rama con los pies. Llevaba diez minutos intentándolo. Se había caído tres veces. Estaba bañada en sudor.
- Tu nombre, por supuesto.
- Podría preguntarte lo mismo, Maestro.
- No, no podrías. Mi nombre tiene verosimilitud, y una sonoridad envidiable, ¿no te parece? - replicó él, dirigiéndole una benévola sonrisa desde las alturas. Ojos verdes, cabello negro, expresión burlona. - Lo tuyo es de una obviedad que da miedo, y llama demasiado la atención.
- Pocos se han dado cuenta hasta ahora.
- El mundo está lleno de necios.
- Yo no soy una de ellos. No te diré mi nombre.
Había conseguido asirse a una rama más gruesa. Alzó las piernas, se balanceó y se fue impulsando con los pies apoyados en el tronco hasta encaramarse por completo. Una vez arriba, sólo le quedaba ascender un poco más para coronar la copa y haber finalizado su tarea. Hizo una madeja con toda su rabia, dispuesta a conseguirlo.
- Haremos un trato. Si te caes del árbol, me lo dirás. Si llegas arriba, yo te daré el mío.
La muchacha frunció el ceño y observó a la aparición burlona que la contemplaba desde lejos. Ella arrugó la nariz. Él sonrió.
- No me fío de tí.
Desde que había aceptado el entrenamiento con Doriath, las cosas se habían vuelto peligrosas y afiladas. Él ponía en duda sus capacidades constantemente, se burlaba de ella y la despreciaba. Eidan sospechaba que todas las engorrosas tareas que le encomendaba solo estaban destinadas a entretenerse él mismo, no a enseñarle nada útil. Pero también sabía que Doriath Dirnen era mucho más de lo que aparentaba. Había sentido su poder en la sangre, en el tuétano de los huesos. Aunque él no le enseñara nada, ella terminaría por aprender algo. La clave era la constancia y el tesón, y de eso, Abigail tenía mucho.
Aún no habían hablado sobre pagos. Pero aquel cazador no era la clase de persona que hace nada gratis. A Eidan la situación no le gustaba, pero no había tenido mucha más opción. Regresar con Altrius derrotada habría sido una humillación y se habría quedado sin instructor.
- No me digas esas cosas. Me rompes el corazón.
- ¿Ah sí? - soltó ella, estudiando la manera de trepar a la cima - ¿No me digas?
- Sí, te digo.
- Acepto.
Doriath sonrió. Eidan sintió como un escalofrío de adrenalina pura le recorría la espalda, estallaba en alguna parte delante de sus ojos y hacía brillar sus runas. Se agazapó y saltó hasta la rama superior del árbol, intentando sujetarse con pies, manos y dientes. Gruñendo, se retorció, revolviéndose, clavando las uñas en la corteza. De alguna manera, lo había logrado. La sangre verde comenzó a escurrirse de sus manos, a dibujar un riachuelo por la rugosa piel del nogal quebrado. Con las puntas de los pies apuntaladas en una juntura y destrozándose los tendones de los dedos, se mantuvo ahí, con la mandíbula apretada, en equilibrio como una gárgola tatuada.
Arrojó una mirada cruel a su maestro.
- He ganado.
Doriath se incorporó en su propia rama. Levantó un pie, alargó la guja y, con aire travieso y postura de bailarín, arrojó el arma, haciéndola girar. Golpeó el tronco, quedando clavada en él. Una vibración intensa recorrió el árbol. Eidan sintió la energía morderle la sangre, gruñó y perdió el asidero. Cayó al suelo de espaldas, soltando un grito. Se había golpeado el hombro con una piedra, pero su ira era más intensa que cualquier dolor.
- ¡Maldito tramposo! - bramó, perdiendo el control de sí misma.
Los sentimientos le golpeaban dentro con fuerza.
- No, no, no, no, no - puntualizó Doriath - No he hecho trampa. Te dije que si llegabas arriba te daría mi nombre, y que si te caías, tú me darías el tuyo. Ambas cosas han pasado, hemos empatado.
- ¡Me has tirado!
- Falso - se escandalizó el maestro - ni siquiera te he tocado.
Eidan se revolvió en el suelo y se levantó, con una niebla roja ante los ojos. Maldito fuera. Maldito fuera. Iba a acabar con él. Hizo estallar el fuego a su alrededor, quemando las sogas que la maniataban y echó a correr hacia el cazador.
Doriath la observó con severidad. Alargó un pie y le puso la zancadilla, echándose las manos a la espalda.
De nuevo en el suelo, Eidan suspiró y trató de calmarse. Aquello era absurdo. No podía permitir que ese desgraciado la irritara tanto. Y sin embargo... era novedoso y agradable. Sentía con gran fuerza todo lo que él le provocaba. La rabia, la tensión, la ira, el desprecio, la exasperación.
- Hay que ver. Esa actitud por tu parte es muy decepcionante - comentó El Maldito Asqueroso Doriath Dirnen de manera indolente - Venga, arriba. Al fin y al cabo, has llegado ¿no?
Eidan se incorporó, haciendo acopio de toda su determinación para empujar lejos de sí las ganas de darle una bofetada. Se sacudió la tierra de los pantalones, manteniendo los dientes apretados. Doriath sonrió y le quitó la arena del cabello. Se apartó cuando él le rozó la mejilla con los dedos, largos y suaves. Tenía las uñas pintadas.
- No me toques.
Doriath suspiró afectadamente.
- Ahora escondite - ordenó, muy serio - Te la ligas. Cuenta cien y encuéntrame.
- Estás loco. Teníamos un trato, además.
- ¿Vas a decirme tu nombre? - preguntó él, con la ilusión de un niño al que le dan un regalo.
Ella hizo una mueca de asco.
- Después de que tú me des el tuyo.
- Encuéntrame y quizá lo haga.
Eidan entrecerró los ojos.
- Eres un tramposo.
Acto seguido, se puso de cara al árbol y comenzó a contar en voz alta y clara. El eco de la risa contenida de Doriath Dirnen resonó tras ella, percibió agitarse el aire con su rápido movimiento, y después, su olor se desvaneció.
- Uno, dos, tres...
Leyendas de Sangre XVI: El Ciclo del Sol, III — El destino sellado
-
Maldathar nunca recordó cómo llegaron a la torre, ni tampoco quién le metió
en la cama y le quitó el disfraz. Al encontrarlo al día siguiente colgado
de u...
Hace 12 años